25.6.07

Las diez hormiguitas



Para los más pequeños, este libro del tailandés Cheewan Wisasa, publicado por la editorial japonesa Shinseken (que edita algunos de sus libros en español), propone un juego: ¿cómo sería el mundo según las hormigas? Van a subir a un castillo, verán monstruos en un lago y casi tocarán el sol. En realidad, lo que pasa en realidad... bueno, eso no lo contaré: ¡queda para los que lean el libro o los que quieran imaginarlo!

Datos bibliográficos: Las diez hormiguitas, Cheewan Wisasa, trad. Eduardo Campelo, Shinseken, 2002, ISBN 4-88012-493-1, 32 pp.

Etiquetas: , , , , ,

19.6.07

Libro de nanas




Según el canon de los antiguos, hay doce formas de acunar a un niño. Quizá Noemí Villamuza haya inventado la décimo tercera; que no será entonces la de la mala suerte, sino la de una ternura hondamente arraigada por los niños turbios y los claros, los dulces y los amargos, los de tierra y los que vuelan, los lentos como telas de araña y los despiertos como el oído de una madre. Y me da que este no es modo de comenzar una reseña, pero ya me disculparán: los de Media Vaca suelen ser más que libros. Este no defrauda.

La materia. Páginas blancas para la poesía y rosadas para el ensayo, con dibujos en blanco y negro; poemas en letra gruesa y de aspecto antiguo, con los títulos en granate, en la línea de las ediciones de Lorca que preparó Comares para la colección Huerta de San Vicente. A eso, dos posibles preguntas: una, ¿es un libro de nanas?; y dos, ¿y por qué no?

Los textos. La selección es buena: buenos poetas castellanos de uno y otro lado del océano y algunos cantantes; y una mayoría de textos de alegría clara, pero sin olvidar los poemas de la tristeza honda: Goytisolo y Víctor Jara, Carmen Santonja y Nicolás Guillén, mucha Gloria Fuertes, textos necesarios y textos sorprendentes; nanas para dormir y para despertar, de la adúltera, al niño malo y al que nació muerto... Y si repito la palabra honda, no me refiero a una hondura filosófica, sino de sentimiento; o también de arraigo, otra sensación de lectura que debo repetir también. Como cierre hay dos ensayos con antología de Lorca y Celaya y un colofón de Gabriela Mistral.

Las ilustraciones. Hay varios libros de nanas ilustrados, y alguno es tan dulce y expresivo como el Duerme, duerme, mi niño, que ha pintado Arcadio Lobato para Edebé, y que bien valdría para decorar la habitación de un niño: colores pastel, figuras pequeñas y rechonchas, perfiles desdibujados, ocres y terrosos, azules y verdes. Esa es quizá la concepción más tradicional; la más esperable, también. La propuesta de Noemí Villamuza es otra cosa: son la noche y el día, y quizá diría que el día, por lo que ilumina. Aun así, son dibujos en blanco y negro «porque los originales han sido realizados bajo la influencia de la noche, y la noche, como todos sabemos, se ha inventado para que los ojos puedan descansar de los colores» (Herrín Hidalgo).

El conjunto. La sensación que predomina en mi lectura es la de que estamos ante un libro dulce y gamberro, trabajado para que nos llegue y nos sorprenda. Si los niños suelen pasar una fase de preguntar incesante, constante y repetidamente «¿y por qué?», aquí se nos recuerda que en un libro, en una nana, en un arrullo, en una niña, en un abrazo está también la fuerza de cambiar el mundo: «¿y por qué no?».

(Esta nota se publicó originalmente en la revista Babar.)

Etiquetas: , , , , , , , ,

1.6.07

Generadores de milagros

Contar un cuento es un milagro.
Algo tan inexplicable como respirar, como abrazar a alguien, como enamorarse.
Algo que puede ocurrir sólo de vez en cuando, aunque nunca sepamos si este estremecimiento fue el aleteo de un ángel o una corriente de aire.

No es cosa de decir: "voy a contar un cuento".
Sería como decir: "voy a hacer un milagro".
Hace falta que llegue su hora y que haya cómplices,
El cuento es un misterio que sólo es revelado cuando alguien, tembloroso, se lo cuenta a alguien maravillado.

Entonces, cuando lo está contando se produce el prodigio:
El narrador regala con su palabra su piel, su sangre, su risa, su amor a corazón abierto.
Cuando niño, encerré unos gusanos en una caja vacía de cartón.
Pasaron unos días y al abrirla apareció una nube de mariposas que volaron al sol.
Así son los cuentos: sólo se transforman en el aire, sólo palpitan en el aliento de ese pretidigitador que es el Cuentacuentos.


---------------------este hermoso texto es de Jorge Díaz------------------------